
(Termino el año con un post un poco materialista, ya lo sé;me viá poner a leer a E. Allison Peers para compensar, y a ver si el próximo año me espiritualizo un poco más)
Una mirada, unas palabras creyentes, que no crédulas, sobre la vida y el mundo, desde mi celda.
(Termino el año con un post un poco materialista, ya lo sé;me viá poner a leer a E. Allison Peers para compensar, y a ver si el próximo año me espiritualizo un poco más)
Hoy Rahola comenta la sentencia (45 días de prisión y un año y 45 días de alejamiento) propinada por una juez contra una madre que le propinó un desafortunado sopapo a su hijo. Obvio propinar a quien lea los detalles de la noticia porque a estas alturas son sobradamente conocidos. Cuando se dio la noticia, me la comentó Nicolás; Nicolás es un manitas que igual te arregla una tubería de agua que te instala un teléfono supletorio; "¿cómo puede ser?", me decía, "¿cómo puede la ley llegar a hacer esto?", "ahora cualquier chaval le plantará cara a sus padres, eh, cuidado, que te denuncio". Rahola en su artículo critica el estropicio buenista propiciado, dice, por una progresía incapaz de discernir entre el deleznable autoritarismo y la necesaria autoridad, que ha acabado perdiendo el sentido común. Ya hace muchos años recuerdo a la entrada de un colegio barcelonés cómo un chaval bajaba enojado del coche del padre y se despedía de éste con un "adiós, capullo"; el padre ni se inmutó y yo me dije que venían malos tiempos para la "necesaria autoridad". Hablando de autoridad perdida, creo haber leído que el gran escritor Joan Perucho decidió jubilarse como juez al día siguiente de que un acusado al que le preguntó su nombre le contestara que se lo diría sólo si le pasaba por los cojones. Pero volvamos a la sentencia contra la madre del sopapo. Para mí que no es una cuestión simplemente de sentido común. Porque el sentido común lamentablemente se presume (como el valor se presumía en la mili). Aquí la cosa debería ser más clara. Una de dos, o la juez aplicó mal la ley y entonces es el disparate de una juez (y parece que los juristas dicen que la aplicó correctamente y que la sentencia es impecable) o el día en que votaron la ley nuestros queridos representantes, esos 350 que calientan asiento (cuando van) en el Congreso de los Diputados,estaban pensando en babia. Aviso: hay 350 y muchos de ellos titulados en Derecho. ¿Cómo es posible que no hubiesen previsto la posibilidad de aberrantes sentencias ajustadas a la ley? Menos chupar cámara, menos pensar en los votos, menos egoísmo y más trabajo. Porque si de lo único de que se trata es de apretar un botoncito según indique la manita del jefecillo del grupillo parlamentario, si sólo se trata de eso, eso también puede hacerlo Nicolás. Dios no lo quiera, que si cambian los papeles y se me fastidia la instalación de la luz no creo que 350 inútiles juntos me la fueran a arreglar.
Desde hace tiempo, mucho antes de la nuestra económica, andan de crisis en el cielo. Desde hace tiempo Dios no tiene quien le escriba. El asunto es grave. Anda pensando en la prejubilación de miríadas de ángeles, en presentar un expediente de regulación o algo parecido. Está harto de ver que llegan a su presencia con las sacas prácticamente vacías. En el cielo las malas noticias circulan con rapidez. Los ángeles más viejos en activo agitan las alas cabizbajos. Corren noticias y rumores. Que si la cosa está muy malamente. Que si a los ángeles más jóvenes no van a renovarles el contrato. Que si en el sector de alabanzas ya no caben de pie, que ya no admiten más. Que según me han dicho que dijeron que Dios ha dicho que si hubiera querido sólo alabanzas angelicales no se habría creado un mundo.
Un ángel en el paro es un fastidio, es un espíritu reducido al silencio de no servir, un silencio que nosotros no sabríamos imaginar. Ni siquiera pueden tumbarse a la bartola y descansar, pues no se tiene cuerpo para apalancarse (todo el mundo sabe que las alas son sólo una manera de expresar la ingravidez). Si no fueran tan buenos, crecería entre los ángeles la envidia; la clase de tropa de los mensajeros (los propiamente dichos) andarían poniendo mala cara a los custodios (nota: custodio es en finolis lo que toda la vida de Dios se ha llamado "ángel de la guarda"). Claro que cuando la gente le rezaba a Dios y le ofrecía cosas, nadie quería ser custodio, pues es mucha responsabilidad, hay que estar vigilantes y los turnos de guardia son literalmente interminables. Pero ahora ejercer de mensajero deprime enormemente. Cotidianamente hay que acudir a las iglesias y a las casas y a las calles, comprobar si en los buzones hay alguna misiva para Dios, peticiones de gracias, acciones de ídem, cartas laudatorias, y casi nada. Y eso un día y otro y otro. Al menos, antes algo se recogía en los buzones monásticos. Pero hoy andan despoblados los cenobios, las ermitas han sido transformadas en merenderos, ni siquiera se dan apariciones verdaderas.
Cualquier día le da al Jefe por dar un puñetazo sobre la mesa. En lugar de echar cartas al Señor, echan los naipes por televisión. Quién se iba a imaginar esto, tras siglos de aparente crecimiento de las inteligencias del mundo, ahora resulta que la competencia va a venir del lado insospechable de la más absoluta de las estulticias.
Mañana, al atardecer (en judeocristianismo nuestros tiempos empiezan en la tarde-noche, eso de por la víspera se conoce el santo), será Adviento otra vez. En ese círculo repetido del tiempo litúrgico en nuestro tiempo irrepetible, en esa espiral que nos va llevando hacia la eternidad, volvemos al Adviento (en realidad, en los comercios y en los anuncios de TV, en el territorio de lo profano, cada vez se adelanta más y, aunque seguramente la razón es económica, yo creo que no es sólo eso, sino que la gente ya le tiene ganas). En la liturgia católica es lo que se llama un tiempo "fuerte". Hay quien se obstina en afirmar que todos los tiempos son "fuertes" y sagrados, y que los tiempos litúrgicos, bah, y que cada día tendría que ser Navidad. No estoy yo tan divinizado como para aceptar eso, porque tenemos patas (sumus homo, decía una monjita poco latinista y no demasiado feminista) y nuestros tiempos difieren y cambian (como cambiamos nosotros) y lo mejor de Navidad es que no puede ser cada día. El deseo es bienintencionado, las palabras bonitas, la realidad cruda como el frío de esta semanita. El Señor viene, manteneos alerta.
Haremos bien en no confundir la esperanza con el botín terreno de los bienes terrenos. Haremos bien en no confundir el gozo esperanzado del Adviento con las perspectivas del dulzor aterronado del turrón o la chispa juguetona del cava. El Señor que viene con la generosidad extrema hasta la muerte -y con el pan de unas bienaventuranzas desconcertantes bajo el brazo- no lo hace para acomodarnos en la poltronería del sofá y en el calorcito de las pantuflas y el radiador. Viene como un ladrón a robarnos los caramelos del engaño y a mostrarnos el único camino que puede salvarnos de nuestra mezquindad.
Lo resumo con una cita de C. Cardó (pensaba traducirla, pero es que entre la holgazanería de un servidor y la belleza del original...): "Si celebràvem l'Advent com a cristians, no com a gentils ni jueus, ho donaríem tot al Déu que s'anuncia en l'horitzó llunyà, disposats a veuren'ns-ho tot trencat per tal de posseir aquella integritat d'esperit que després del pecat només pot ésser fruit d'una conquesta dolorosa".
(El Juan Bautista de la imagen es de Paul Guimezanes; sus dibujos provocan admiración o rechazo, difícilmente indiferencia; tenéis una antología de su Bible imagée en http://jubil.op.org/3caravan/virtuel/3reporta.htm para los torpes: se accede clickeando en la firma)
Tal vez una sonrisita nueva para un chiste antiguo:
Aquel ladrón slencioso no sabía que en aquella casa el marido, un tipo con poca voluntad y muchos kilos de más, estaba siguiendo una dieta estricta. Si lo hubiera sabido se hubiera ahorrado el tener que decirse: "Vaya hombre, dos horas trabajando y ahora resulta que es una nevera".
Pero la penetración del Islam, de forma más explícita o de forma más progresiva y silenciosa, es un hecho. Lo siento, soy intolerante, lo confieso. Y si se me quiere tachar de xenófobo, adelante. Pero no creo en las bondades del Islam. No las veo. No veo que sea una religión portadora de libertad. Ni siquiera tengo muy claro eso que parece tan asumido del esplendor cordobés y de la "convivencia" bajo el califato. A quien crea en eso le aconsejo que haga un estudio histórico serio y no se deje llevar, de buenas a primeras, por alguna patochada fácil que, aunque provenga de un jurista de reconocido prestigio, no deja de ser una patochada fácil. Y que discierna qué convivencia era realmente aquella y de paso puede preguntarse qué es lo que realmente el Islam ha aportado creativamente a la historia de la civilización y al progreso científico (no niego el papel que ha jugado de transmisión en una época bastante lejana, pero sí cuestiono el de creación; un estudio serio descubriría probablemente a no pocos científicos medievales cristianos y judíos trabajando bajo el yugo mahometano). No basta con los calificativos que apliquemos, conviene preguntarse: ¿dónde estuvo verdaderamente el origen?
Soy un intolerante, lo confieso. Y un outsider. En realidad, debería estar defendiendo las orientaciones eclesiales que claman por un dialogo interreligioso (anteayer el periódico nos ofrecía la imagen de un obispo cercano tomando el té, dialogando con dirigentes musulmanes). Obedezco al magisterio, no lo critico, no soy el típico revoltoso gruñón, pero se me hace difícil creer en la posibilidad de tal diálogo como sincero desde ambas partes. En este sentido soy también un outsider, más cercano a los puntos de vista de personas como la malograda agnóstica Oriana Fallaci con su Eurabia o al inclasificablemente certero Mario Gaviria con su califato de Francia. Ustedes perdonen. Probablemente con este post me voy a ganar más x (espero que sólo dialécticas) de las que el domingo repartí en mis tres misas.
Hoy mismo leo en el blog de Sor Lucía Caram su asombro ante el discurso de Plataforma per Catalunya; incluso pone el enlace al video del líder Josep Anglada. ¿Increíble? No, perfectamente lógico, hermana. Anglada tiene un porcentaje importante de votos en Vic y no es el fruto de la intolerancia, sino de la tolerancia cobarde, estúpida y políticamente (y eclesiásticamente a veces) correcta. Detrás de Anglada hay un montón de gente harta de discriminaciones positivas, de relativismos culturales, de que la sociedad receptora tenga que adaptarse a los que llegan de fuera y no al revés, de que se exijan todos los respetos para los seguidores de Mahoma mientras que Cristo y sus seguidores sean el objeto preferido de las chanzas tolerantes, de que hoy día, gracias a unos medios de comunicación políticamente correctos, todo el mundo sepa cuando empieza y termina y qué es el Ramadán y sea cada vez más bajo el porcentaje de personas que sepan qué es, por ejemplo, la Cuaresma (¿eso qué es?). Cuando una sociedad no cuenta con "intolerantes" inteligentes de la talla de Fallaci o Gaviria que hagan oír su voz con fuerza, genera Angladas desaforados. Y es que hay días en que aunque uno intente la mirada amorosa y esperanzada sobre la realidad, eso no puede ser a costa de ponerse las lentes de iluso. Y que conste que no me lamento, no digo los otros, digo ante todo mea culpa.