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domingo, 15 de marzo de 2009

Simplemente un poco de atención

N. tiene veinticinco años y una vida marcada por la esquizofrenia. Periódicamente viene a verme. A veces animada y a veces abatida. Sus padres se separaron hace tiempo. Su madre padece largas depresiones. Como era de esperar, con la nueva compañera del padre no se caen bien. N. vive en una residencia con otros pacientes, dependiente de una Fundación de ayuda con sus psicólogos, monitores, etc. Hay unos talleres en los que intentan mejorar su integración social. En los mejores momentos N. se hace preguntas, me hace preguntas, a las que nadie tiene respuesta: si un día podrá tener una pareja, si un día podrá mejorar hasta tener un trabajo, si un día podrá vivir como una persona normal. En los peores momentos oye voces, se agobia, se cree obesa, siente que nadie se ocupa de ella, que la ignoran o que la atosigan, está mal y su familia no la llama, está harta, quiere morirse. Cuando logra cierto equilibrio, no piensa en lo que quiere, sino en lo que no quiere: no quiere que vuelvan a internarla, no quiere volver a amorrarse a la espita del gas, no quiere que ni sus padres ni nadie sufra por su culpa. Porque, además, a la conciencia de no estar bien se añade a menudo el sufrimiento de causar dolor a los seres más queridos, de tener la culpa de todo lo malo que les haya sucedido o les esté sucediendo.
El mundo de la enfermedad mental es así, un mundo de choque y variación en el que los problemas nunca se resuelven del todo, donde simplemente se dan pasitos. A un amigo salesiano y psicoanalista le espeté una vez la pregunta incómoda, la de si en alguna ocasión conseguían curar a alguien. Confesó que ni lo pretendían, que era mucho si lograban mejorar la calidad de vida. Pasitos.
N. no reclama de mí gran cosa. Tengo claro que su problema no es espiritual. En fe y amor nos supera a muchos. A veces simplemente pide que recemos juntos una oración. A veces simplemente se trata de recomendarle que no deje la medicación, que siga yendo al taller, que no se encierre a oír voces amargas en su cuarto. Recordarle los pasitos que ha logrado dar, alumbrar débilmente con la esperanza de la mejoría, del camino recorrido. Permitirle que llore a gusto, que reencuentre su propia consideración, que de verdad piense que ella no es necesariamente una putamierda (aunque a veces se sienta así). No gran cosa, simplemente un poco de atención en ese momento, justo en ese momento, cuando uno querría estar lejos de este dolor, de todos, tener un trabajo de ocho a tres, uno de estampar sellos de goma en un papel o de rellenar estanterías con pañales. Pero después uno recuerda que nació para esto, que recorrió días y noches, con células que viven y que mueren, con dosis de miel o de vinagre, con lecciones aprendidas y lecciones desaprendidas y lecciones inaprehensibles, para estar ahí, justo en ese momento, con impotencia, con silencio, sin un jodido protocolo, con simplemente un poco de atención.

5 comentarios:

Anónimo dijo...

Soy seminarista en Colombia y me da temor de encontrarme como sacerdote con personas con estos problemas y no saber que es lo que tengo que hacer y como salir bien de ella

Jordi Morrós Ribera dijo...

Estos encuentros entre N. y outsider friar son la dimensión oculta de Iglesia que difícilmente saldrá en los mass media, pero que a mi entender forman parte de una de las dimensiones más genuinas de lo que entiendo por Iglesia como lugar de acogida y salvación.

Anónimo dijo...

Me acordaré de N. cuando visite a J.

:D

Outsider friar dijo...

Peque, acuérdate también de mí.
Jordi, hi ha temes en els quals coincidim i altres en els quals pensem diferent, però és d'agrair el vostre esforç de mesura i cortesia.
José William, es normal sentir cierta inquietud, incluso cierta inseguridad, siempre que eso no nos paralice. Siempre he tenido claro que en la acción pastoral más que temor, debemos sentir respeto, porque nuestra labor se desarrolla con un material delicadísimo, que vale más que nuestro orgullo y nuestra afirmación. No sé si me explico. A veces me da cierto repelús cuando un compañero, un catequista, un agente pastoral te dice "uf, ha sido toda una experiencia", porque eso es equivocar la perspectiva, porque con el alma ajena ("material" sagrado)no se pueden hacer experimentos. Estudie duro, amigo mío, aproveche la etapa de la formación (es fundamental). Y cuando sea ordenado, no se preocupe de si va a salir bien o no de las situaciones y problemas. Si tiene una buena preparación, sólo deberá añadir una buena dosis de sensatez y amor. Con eso sabrá lo que tiene que hacer. Y si con eso no lo sabe, probablemente no lo sepa nadie.

Luis y Mª Jesús dijo...

¡Que Dios se lo pague!.
Un abrazo
María Jesús