Retomo el blog después de un tiempo de confusión y de sorpresa. Fue para mí, lo confieso, una sorpresa la renuncia del Papa Benedicto. Tal vez un día, dentro de unos años, alguien revelará la verdadera magnitud de las circunstancias que le empujaron a tomar la decisión; ciertamente tiene sus años y los achaques consiguientes, pero uno no deja de sospechar que ha habido también motivaciones en la actualidad inexplicitables. Su combate por la verdad y la belleza de la fe, su esfuerzo en favor de la inteligibilidad y la razonabilidad del vivir en cristiano y católico, no gustaba a quienes desde la soberbia atea cientificista pretendían (y pretenden) presentar a la Iglesia como un rebaño de ignorancia oscurantista, ni tampoco a quienes, carboneros teólogos fideístas no menos soberbios, sueñan con una Iglesia de simplones que compartan su propia perspectiva clamorosamente reduccionista. De mí sé decir que en todo discurso, escrito u homilía de Benedicto XVI he aprendido siempre algo, algo siempre luminoso, provechoso, nuevo. Algo muy distinto de la acostumbrada cantinela de siempre (no por verdadera menos repetitiva) que uno se encuentra, por ejemplo, en los documentos de la Conferencia Episcopal Española.
Luego vino la sorpesa de la elección del sucesor. Un latinoamericano jesuita. Confusión. A bote pronto, la deconfianza sanedrítica de que pudiera salir algo bueno para la Iglesia universal de tal combinación. No soy un papista de entusiasmo fácil, qué quieren que les diga. El primer discurso sonó firmemente cantinelero, más con su compatriota Karcher sonriendo mientras sostenía el micrófono. Después, sea por la mención a los pobres, por detalles antiprotocolarios y por otros motivos que se me escapan, los medios rivalizaban en darle coba. Mala cosa, pensé, cuando hasta El País parece alabarle.
Últimamente las cosas van poniéndose en su sitio. En cuanto el Papa Francisco, en continuidad con su predecesor, ha hablado de la dictadura del relativismo, se acabó la coba. Además, ya van algunas referencias al Maligno (hoy mismo, sin ir más lejos, en la homilía de este Domingo de Ramos). Esperen cuando se refiera al concepto unívoco de matrimonio o a la defensa de la vida desde la concepción. Buscarán entonces, los mismos que ayer le daban la portada de la sonrisa, cargarle con el peso pesado de la cruz. No importa. Lo ha dicho el mismo Papa: la cruz de Cristo, abrazada con amor, no conduce a la tristeza sino a la alegría.
Dominus te in aeternum custodire et protegere dignetur, et christianum atque catholicum vivere faciat... (despedida de una carta de San Paciano a Simproniano).
1 comentario:
Sinceramente a mí también me ha sorprendido esta especie de enamoramiento entusiasmado de la diversa tribu progre-católica respecto a nuestro pastor Franciscus.
A veces me han parecido más ponderados los que explícitamente no son de nuestra tribu católica, por ejemplo este mismo de muestra.
http://www.catalunyaoberta.cat/index.php/continguts/view_calbot/caricia/12708
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