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domingo, 5 de agosto de 2012

De la angustia a la dulzura


Sostengo que toda conversación puede llegar a ser edificante, a no ser que tenga en sí misma una intención demolitoria. Esta mañana anduve comprando melocotones de agua y, como quien no quiere la cosa, pero no tiene más remedio que recibirla, por el volumen elevado, el énfasis jactancioso y lo extraviado de su enjundia, no pude evitar oír la conversación que en la terraza cercana mantenían, de mesa a mesa, dos señores en años longevos y en oídos decadentes.
- Lo pasa es que Ramón es un angunias (sic).
- Un agonías, dices, sí, lo es.
- Angunias, agonías, es lo mismo.
Hombre, no, me dije, l'angùnia catalana y la agonía española no son lo mismo. Aunque haya angùnies que puedan llegar ciertamente a ser agónicas y aunque, en verdad, la agonía cercana nos sumerja en cierta angùnia de vivir. Precisamente este es uno de los males que nos aquejan, que traducimos rápido y mal tanto las palabras que usamos como las cosas que nos pasan. 
Después de comer, he tenido un ratito para releer unas páginas de El nombre de la rosa en la magistral, magnífica, bien cuidada traducción de Josep Daurella. Me atrevería a decir que, lejos de traicionar al original, lo mejora, lo cual no puede decirse ciertamente sino con gran riesgo de apostasía respecto a la veneración de un trabajo literario que roza formalmente la perfección (ideológicamente es harina de otro costal, no precisamente pan de vida). Al mismo tiempo, me ha sorprendido cómo ha envejecido ya esta novela, lo inverosímiles que resultan ahora, por ejemplo, esas páginas previas de Naturalmente, un manuscrito. Valían en 1980, pero hoy, internet y particularmente, entre otras innumerables digitalizaciones, Google Libros, casi convierten a un erudito en alguien prescindible, y las referencias de un libro perdido en algo que puede ser hallado sentándose un ratito junto a una pantalla. Cada vez más internet parece haberlo leído todo. El otro día, sin ir más lejos, me tropecé con una página sobre el polígrafo Padre Mersenne (pregunten por ahí apresuradamente qué es un "polígrafo Padre Mersenne" y verán qué rápido y mal se lo traducen).  Me tocó años atrás ocuparme de él, con ocasión de un trabajo escolar sobre las Meditaciones Metafísicas cartesianas. Qué sorpresa esta entrada enciclopédica; a decir verdad, el texto de la entrada no es un gran qué, pero resulta alucinante la lista de bibliografía indicada, la exhaustividad pretendida.
Desde mi celda, además de recordar que Mersenne tenía también sus aparatos medidores (pudiendo sonar poligráficamente la flauta por casualidad), recuerdo que el único de veras exhaustivo, al menos in potentia, es Dios, y aquí lo escribo. Como escribo que in actu su interés no es agotar nuestras fuerzas, sino que descubramos su Amor, más allá de nuestras angustias y agonías. Tal vez a otros les ayude para ello el bosón de Higgs o dos medallas de plata, pero este sábado, esta tarde, un servidor prefiere la dulzura generosa de un melocotón chorreante y fresco.

3 comentarios:

Jordi Morrós Ribera dijo...

El monje benedictino francés Henri le Saux (1910-73) en su particular y radical enraizamiento en la multicultural y multireligiosa India pasó también sus particulares "angúnies" y/o "angustias" (probablemente más de lo primero que de lo segundo).

Y hoy que hemos celebrado la fiesta de la Transfiguración del Señor puede ser una buena forma para terminar la celebración el recordar unas breves pero sustanciosas frases de este monje y místico del siglo XX.

« Trouver le Christ c’est trouver le soi. Dans la mesure où j’ai contemplé en moi-même une image du Christ autre que ma propre image, je n’ai pas trouvé le Christ. Le Christ en réalité pour moi est moi-même – mais moi-même « élevé » , dans la pleine possession de l’Esprit, et possédé complètement par l’Esprit. »

« Le principe, l’Aham, le Je Suis, qui gouverne notre activité physique et mentale ne peut être double – Dieu et moi-même. Comprends ceci du mieux que tu peux. »

"Qui saurait en vérité dégager et distinguer ce qui est de Dieu et ce qui est de moi, en cet acte non duel par excellence par lequel j'arrive à Dieu, j'arrive à l'Etre, j'arrive à moi, je m'éveille à moi en l'éveil même de Dieu à Soi?»

Outsider friar dijo...

Tal vez yo sea poco benedictino, Jordi, y sin duda me falta mucho para alcanzar l'éveil de la citación, pero fíjate que para mí la Transfiguración si algo dice es precisamente la distancia abismal entre nosotros y Cristo. Mi yo humano perfecto, elevado, virtuoso, "optimizado" se encuentra sin duda en Cristo (Hombre Nuevo), pero el episodio singular y desconcertante de la Transfiguración precisamente previene contra entender a Cristo sólo como eso, contra la tentación últimamente harto frecuente de reducirlo, no sé si me explico...

Jordi Morrós Ribera dijo...

Para "Outsider friar".

He estado disfrutando de unos días de desconexión internáutica con la familia por los "Campos de Castilla", concretamente por los de Burgos y las villas del Brullés. Por este motivo no había podido leer tu último comentario.

Estoy plenamente de acuerdo contigo. El "éveil" puede fácilmente convertirse en un truco de prestidigitador si nos olvidamos de que la auténtica dimensión de la no-dualidad consiste en experimentar al mismo la distancia abismal y lo que quizás cuesta más que es la última frase de la cita de Henri le Saux: "je m'éveille à moi en l'éveil même de Dieu à Soi" (esto último es muy duro de digerir para nuestra cultura latina y cartesiana).

Sin duda para nuestra cultura católica es mucho más fácil de sintonizar con la primera parte que habla de la distancia abismal. Y a digerir todo esto quizás puede ayudar entre otras la tradición de la mística renana, y del Maestro Eckhart cuando en sus sermones nos habla sobre el nacimiento de Dios en el alma y el vaciamiento de uno mismo.