Acabo de leer el post de Josep Miró en el que diagnostica (me parece más diagnóstico que reflexión) sobre el estado del catolicismo en España. No se trata de una consideración optimista. Me atrevería a decir que incluso ha sido escrito en un momento de cierta decepción. Pienso que el catolicismo en España goza de mejor salud que la que Miró le atribuye. Subrayo España, porque si se trata del catolicismo en Cataluña, tal vez haya que darle la razón. Los problemas que Miró señala se hallan desgraciadamente en Cataluña exacerbados y se hacen mucho más evidentes que en otras partes. Ya no se trata de grupos ni capillitas que subsisten ignorándose, sino de auténticas banderías que recíprocamente se desprecian y que hacen de la marca católico una referencia de confusión. Incluso nuestros obispos parecen dejarse arrastrar por el desconcierto y si no toman partido explícitamente (que a veces si lo toman y algún ejemplo reciente ha habido por parte de quien menos se esperaba), se sumergen en un silencio de perplejidad que no deja entrever ningún doloroso esfuerzo en pro de la cohesión ni de la claridad.
Urge recuperar esa belleza de la catolicidad a la que Miró se refiere, urge encarnarla aunando la difícil humildad y el descaro valiente, venciendo en todo caso la tentación de un despotismo estéril y/o de un complejo de inferioridad inmotivado. Urge recuperar el sano orgullo de ser católicos y el dolor pecador de no serlo lo suficiente, de no ser suficientemente fraternos, aunque eso conlleve reconocer, como Miró apunta, que el mayor enemigo de la evangelización no son los otros, sino nosotros mismos.
2 comentarios:
Más que diagnóstico yo pienso que es una reflexión desde una posición muy concreta como es la del señor Miró i Ardévol, que además de exconseller de la Generalitat y exconcejal por CiU en el Ayuntamiento de Barcelona es desde el año 2008 miembro del Consejo Pontificio para los Laicos.
Y, por cierto, decir que Teresa Forcades es favorable al aborto es tan gallináceo como la comparación con la extracción del riñón que dice el señor Miró i Ardévol. En todo caso la susodicha monja benedictina se ha declarado favorable a que no exista una legislación penal contra el aborto y por lo tanto su consideración como delito, cosa que es muy distinta que esa supuesta promoción de la "barra libre" en temas abortivos.
Puestos a ser críticos siempre es mejor serlo desde el rigor en las afirmaciones, y yo todavía soy de los ingenuos esperanzados que espera que de la supuesta confusión actual acabe surgiendo una nueva forma de ser católico.
Personalmente, Jordi, no entiendo mucho de gallinas ni de grandes vuelos intelectuales (esto salta a la vista para cualquiera que lea lo que escribo). Sin embargo, excluir del ámbito del derecho penal el hecho del aborto me parece que equivale a no considerar la vida del no nacido como un bien jurídico que merezca una protección seria. ¿De verdad cree Forcades que bastaría, por ejemplo, una sanción administrativa o simplemente una amonestación verbal del tipo "estas cositas no se hacen"? Si el derecho penal tiene que entrar en acción, tiene que hacerlo sobre todo en relación a derechos fundamentales del ser humano. Negar tal acceso es negarles protección.
Y, si yo fuera una persona medianamente culta, no me convencería nada la argumentación que en su día hizo Forcades (lo del trasplante de riñón), porque no es difícil distinguir entre una arriesgada omisión de socorro y la supresión directa y deliberada de una vida indefensa.
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