Como dijo un colega en el sermón de la misa vespertina, ayer era fácil ser católico, apostólico y hasta romano. Atrás quedaron las preocupaciones de una organización no fácil, aunque en algún aspecto en concreto inexplicablemente (otros escribirían sospechosamente) torpe (¿por qué, si realmente se necesitaban, no se pidieron voluntarios a las parroquias ?). Atrás quedaron las protestas de aquellos que, como era de esperar, no esperaban al Papa. Atrás también aquella gente plural que tuvieron su minuto de prensa y gloria en el acto de la basílica del Pi para repetir su consabido sonsonete (¿se dan cuenta de la facilidad con que por estos lares nos juntamos cuatro y ya somos un "colectivo de..." y hacemos una "declaración ante..."?). Atrás también la inconsciente profesión de ignorancia y la ridícula soberbia del director de la Oficina de Prensa de la CEE, un, como diría mi amiga R.C., pijo cristianito que realmente desconoce lo que es la Iglesia catalana y que, sin embargo, se jacta de conocer la Iglesia universal (¿se habrá empollado el anuario pontificio o se limita a repetir el catecismo españolero al uso?).
Vino el Papa y dijo lo que tenía que decir. Ya en Santiago abrió la boca e hizo pupa. Joan Herrera, campeón donde los haya del más puro dogmatismo de izquierda, ya soltó un ¡ay! en su blog, escribiendo muy serio el día 6 no sé qué de añoranzas eclesiásticas de control social (realmente lo que le ocurre a Herrera es que quiere encerrar lo estrictamente religioso en lo estrictamente privado y no se da cuenta de que, no habiéndolo logrado los soviets allí donde tuvieron el poder, difícilmente lo logrará él con su 6,3% de votos en las últimas generales en Barcelona).
Vino el Papa y dijo lo que tenía que decir. Y hasta quizá algunos pudieron comprobar que ni es un tontaina como lo pintan en cierto programa humorístico de la televisión catalana ni el hombre del saco que refieren, con una connivencia deplorable, tanto algunos "grandes comunicadores" como otros desarrapados okupas.
Vino el Papa y dijo lo que tenía que decir. Y hasta escuchó lo que tenía que escuchar. Lástima que el papamóvil pareciera de allá para acá y de acá para allá una nave supersónica, porque mucha buena gente hubiese agradecido, después de larga espera (estos sí le esperaban) un poquito más de detención (cuando yo digo, como diré, que la batalla es mediática no es por gusto: véase la velocidad a la que avanza el autocar del club cuando celebra el triunfo, hijos de las tinieblas más astutos que los hijos de la luz) y, si era cuestión de tiempo, con podar los discursos de uno y otro (que repetían lo mismo una y otra vez) se ahorraba fácil.
Vino el Papa y dijo lo que tenía que decir. Eso fue ayer. Hoy son los retos. Ayer era la belleza (ohhhhhhhhhhhhh) de la basílica recién dedicada, hoy toca llenarla de piedras vivas. La Iglesia catalana tiene retos mayúsculos. Retos que no se solucionan simplemente con estructuras (como parece proponer Bernabé Dalmau en el último Serra d'Or), sino con decisión y con arrimar el hombro todos. Seguir simplemente invocando unas Arrels cristianes no basta ni sirve. Porque hoy en esta sociedad cada vez más el cristianismo tiene que ser injertado. Porque la savia del pasado pasó (alguien diría que se desperdició y no tendría la razón del todo, pero sí algo de razón).
Si ayer día 7 era fácil ser católico, lo era no sólo pero también porque la televisión se había puesto en marcha. Porque en nuestros días, desengañémonos, la batalla es mediática. La Iglesia catalana o la Iglesia en Catalunya, me da igual, tiene que atreverse a entrar en la liza de los medios. Porque hoy no podemos reducir la alternativa o a confesionalismos que desconocen (prefiero presumir su ignorancia que su malicia) la realidad catalana (tipo Intereconomía) o puro laicismo. ¿De verdad alguien cree que hoy Radio Estel, tal como está planteada su fórmula, es un medio de la nueva evangelización requerida? ¿De verdad alguien cree que hoy Unió es un partido calificable de demócratacristiano? ¿De verdad tiene sentido un Centre d'Estudis Pastorals que sigue con los mismos planteamientos de los años 80? ¿De verdad podemos vivir nuestra fe y transmitirla exigentemente condicionados, como no pocos clérigos y laicos lo están, por el temor de "no nos vayan a calificar de conservadores"? ¿No está en cierto modo la Iglesia catalana atenazada por el miedo a ser radicalmente católica, por el medio a ser una fuerza con un mensaje explícito? No estoy invocando el fanatismo, estoy invocando la coherencia.
4 comentarios:
La idea del cristianismo injertado
me parece muy lúcida y realista.
En mi parroquia nadie avisó que se necesitaran voluntarios. Yo lo lei en el Full dominical cuando ya se daba todo por hecho.
Muy buen post. Felicidades.
Y Felicitaciones a Cataluña y España por haber recibido al Vicario de Cristo
Plenamente de acuerdo con la frase final. Hay que buscar la coherencia sin caer en el fanatismo iluso de los supuestamente progresista (esto va a mi pesar por los de Santa Maria del Pi, a veces tan progres como ilusos), ni en el fanatismo restauracionista de los que dicen que en medio del canto del "Nigra sunt" (la imagen de Benito XVI escuhándolo, guau! allí había un auténtico melómano) intentaron lanzar proclamas de "viva Cristo Rey" (yo sinceramente por la TV3 no los escuché, aunque también puede ser que soy poco proclive a prestar atención a los gritos-consignas).
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