
Hay libros que constituyen verdaderas bendiciones. Lo fue para mí hace muchos años el Diario y Pensamientos de Elisabeth Leseur. De esta obra, preparada para su publicación por el viudo de la autora, antes ateo y después católico y religioso (se hizo dominico), se imprimieron en Francia muchos miles de ejemplares. En 1924 se había traducido al inglés, al alemán, al italiano, al portugués, al danés, al español, al catalán, al holandés...En español fue editada primeramente por la benemérita Editorial Políglota en una traducción de Mª Aurora Balari. Unos décadas más tarde la publicó también Paulinas traducida nuevamente (pero no mejor) por don Camilo Sánchez. Políglota publicó también las Cartas sobre el sufrimiento y La vida espiritual traducidas asimismo por Balari. De Elisabeth Leseur (1866-1914) se sigue proceso de canonización. Su frase "toda alma que se eleva, eleva consigo el mundo" fue citada por Juan Pablo II en Audiencias Generales (05-11-1986, 24-11-1993) y antes por Pablo VI en una Misa jubilar (5-10-1975), aunque algún poco documentado Reverendo Padre Capo Ufficio de Pontificio Consejo y otrora Redactor de l'Osservatore la considere sin más original del Padre Veuthey, síntoma del inmerecido olvido en el que la autora ha caído. Afortunadamente su Diario se ha recuperado para los lectores de habla inglesa, entre los que no dudo que estará haciendo mucho bien.
He de confesar que ignoro si otro libro suyo, las Lettres a des incroyants, fue traducido o no al español. La edición original, con un prefacio de Garrigou-Lagrange y una amplísima introducción de Fr. M.-A. (antes Felix) Leseur, apareció en 1922. Dos años después el Padre Leseur dirigía en los ejercicios de Cuaresma a un joven presbítero que acababa de ganar el Premio Cardenal Mercier de Filosofía: Fulton J. Sheen.
Como muestra del savoir faire de Elisabeth transcribo una de las cartas a increyentes (aunque su uso se halle establecido, no me gusta la palabra "incrédulo", que se opone a crédulo y no a creyente); aunque limitadamente (y más con mi torpe traducción) creo que deja entrever la delicadeza y el inmenso respeto con que trataba a sus amigos:
"3 de Septiembre de 1901
Querida amiga,
Las dudas y los escrúpulos de los que usted me habló ayer los he experimentado después de que usted me dejó. Me ha parecido que no le dije ni la cuarta parte de lo que pensaba ni sentía y que no había sabido expresarle mi afecto, ni algunas ideas que podían ayudarla a mejorar su estado actual. Bajo la fuerza de estos remordimientos le envío estas letras. Estoy siempre dividida entre dos sentimientos contrarios: el temor de ser una predicadora enojosa, predicando lo que yo misma no hago, y seguidamente el remordimiento de no haber hecho todo lo que debía. Felizmente puedo recurrir a la indulgencia de su amistad que sabrá comprender mi afecto y que me perdonará tanto lo que hice como lo que dejé de hacer.
He pensado mucho en usted esta mañana, pues de verdad que usted no sabe hasta qué punto deseo verla librada de esta prueba. Creo que si usted pudiese ganar, sea en Ville d'Avray, sea en París, una quincena de días y marchar seguidamente con su marido, sería lo mejor, a no ser que, bien mirado, sienta usted que sus fuerzas físicas no le permitirían llegar. Lo que me gustaría de su vuelta a París es que me posibilitaría verla con frecuencia. Le aseguro que esto me resultaría agradable y yo lo aprovecharía al máximo.
Le he enviado esta mañana un pensamiento afectuoso, deseando de corazón que tenga usted la fuerza de entrar en ese dominio de la voluntad que, según me parece, será necesario para su completa curación. Sobre todo no abandone el esfuerzo iniciado. Haga cada día con regularidad lo que se ha determinado a hacer: sus cuentas, un poco de trabajo personal, intelectual y material, y hacer trabajar un poquito a Adrien. Estoy convencida de que estos pequeños actos repetidos revigorizarán su voluntad un tanto anémica y que usted misma percibirá sus buenos efectos. Hágalos, aunque le molesten y fatiguen ligeramente, tratando cada día de hacerlos un poco mejor que el día anterior.
¿Por qué no trataría usted de hacer eso que el cristianismo recomienda mucho y que yo considero muy saludable? Es decir, todos los días una pequeña meditación sobre un pensamiento o un tema elevado. En el bien entendido (usted conoce mi respeto por las conciencias y convicciones ajenas) de que no se trataría para usted de temas religiosos. Pero hay pensamientos que son comunes a todo ser humano, y algunas reflexiones sobre el deber, sobre la utilidad y el sentido de la vida, sobre el amor al prójimo, pueden ser hechas, a mi modo de ver, por gente de todas las creencias e increencias. Este método ayuda grandemente a discernir con claridad los deberes, a aumentar la vida interior y a poner armonía en la existencia. Elevándonos un tanto sobre nosotros mismos nos hace olvidar nuestras miserias y nos ayuda a extender sobre nuestra vida un poco de esta poesía que está en nosotros y que transforma tanto las cosas. El mundo exterior es muy a menudo el reflejo de nuestro ser íntimo.
En el fondo podría usted decirme que es fácil dar consejos, pero que en ciertas circunstancias de salud es difícil ponerlos en práctica. Esa es una gran verdad. A decirle todo esto me mueve sólo mi afecto. Usted obtendrá un gran mérito y conseguirá una gran victoria sobre sí misma abordando en sí esta lucha cotidiana que restablecerá su voluntad.
Para hablarle de este modo es necesario que yo tenga con usted una gran confianza, que confíe en su corazón y en su inteligencia. Como contrapartida, espero que me demuestre su afecto cantándomelas claras.
Le envío, querida amiga, un beso lleno de afecto, no es decir poco.
Suya,
É. Leseur
Saludos a su marido."