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lunes, 6 de febrero de 2012

Un Job desencarnado

La lectura fragmentaria de los libros de la Biblia en la Misa no favorece su comprensión. A veces tienen su razón de ser esas molestas moniciones que, como decía un anciano profesor, parecen desflorar anticipadamente la Palabra de Dios. O, a falta de ellas, hay que entretenerse en la homilía a decir lo que el texto no dice para que se entienda lo que dice. Está claro que no se va a leer el libro entero de Job en una Eucaristía. Puede que haya omisiones que sean aceptables en favor de la brevedad. Otras son sencillamente incomprensibles. Este 5º domingo del Tiempo Ordinario ciclo B (o sea, ayer) en la primer lectura se leìan los versículos 1 al 7 del capítulo séptimo del libro de Job. Mejor dicho, casi todos esos versículos. A quien organizó la cosa no se le ocurrió mejor idea que saltarse el versículo 5. La razón no puede estar en la brevedad (¡un solo versículo!). Suponiendo que tal omisión sea razonable, habrá que buscar en otro lado la motivación.
Ante todo, transcribo el versículo "censurado":

"Mi carne está cubierta de gusanos y de costras terrosas, mi piel se agrieta y supura"
 (versión de la Biblia de Jerusalén)

¿Por qué se omite? Tal vez el tipo angélico que desde su despacho romano decidió esta omisión lo hizo pensando que no estaba bien en la misa oír hablar de carnes agusanadas o de pieles purulentas. Tal vez lo consideró poco espiritual. Olvidó que somos salvados por una encarnación, por una carne clavada en una cruz. Olvidó que lo que hacemos cada domingo sobre el altar es memorial de una sangre derramada y de un cuerpo entregado. Además, alguien que no conozca el libro de Job oye estos versículos y, a falta del omitido, puede pensar equivocadamente que Job no era más que un tipo pesimista, un amargado, un simple teórico de la existencia humana. En cambio, el versículo omitido le permitiría entender que Job está declarando su dolor, que habla desde el sufrimiento físico, que su lamento es un lamento literalmente en carne viva. Ahora sólo falta que venga alguien a decirnos eso de que "el dolor moral es peor que el dolor físico", aserto que suele ser veraz cuando no nos duele nada. Pero que necesita de una heroicidad no común cuando el dolor físico es intenso, penetrante, totalizador, cuando la carne se desguaza y la piel supura. El dolor de Job tenía sin duda una dimensión moral, pero haríamos bien en no omitir su raíz y su dimensión también somática.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Búsqueda.

El 18 de junio de 1972 recibí un regalo.

A mi querida hijita,

Te obsequio la presente con el íntimo deseo de que su lectura pueda servirte de guía en tu vida y puedas hallar la felicidad presente y eterna mediante la fe en el Señor Jesucristo.

Con todo cariño, tu papito.

La Biblia que aún no comprendo en profundidad me acompaña desde entonces.