Se cumplirán esta Navidad 50 años de la convocatoria oficial del Concilio Vaticano II por Juan XXIII, mediante la Constitución Humanae salutis. Hace unas semanas leía la noticia sobre un libro de entrevistas a trece sacerdotes que habían escrito Joan Estruch y Clara Font; el medio (El Punt Avui) titulaba: "Els capellans joves han girat full al Concili Vaticà II" como convicción expresada por los entrevistados. Lo de pasar página es cierto respecto a las nuevas promociones de sacerdotes, pero no en relación al Concilio mismo, sino a la comprensión que de él tenían (y que, al parecer, siguen teniendo) los sacerdotes de una época. Para unos, la aplicación del Concilio Vaticano II está todavía por hacer, fue bloqueada por el Pontificado de Juan Pablo II; para otros, los textos conciliares han sido suficientemente aplicados, incluso en una interpretación más amplia (incluso en ocasiones abusiva) de la que nunca pretendieron los obispos conciliares. Para unos, la Iglesia ha vuelto a cerrarse y, por ello, ha perdido significatividad en el mundo; para otros, está recuperando su puesto después de una tendencia a mimetizarse con el mundo que la despojaba de su propia identidad y que, por ello, la hacía insignificante.
Un servidor era un parvulito cuando se celebró el Concilio; cuando se aplicó con todas sus exageraciones, la religión no formaba parte de mis intereses más inmediatos; cuando las aguas volvieron a su cauce (o al menos tomaron otro cauce) con Wojtyla, desde quien ha regresado a la fe, este tipo de contiendas intraeclesiales me parecían ridículas, una pérdida de tiempo, un absurdo diálogo entre interlocutores que no estaban dispuestos a escucharse. Hoy todavía me deja estupefacto que existan ultracatólicos preconciliares con nostalgia de los cincuenta y ultraheterodoxos enrocados en posiciones, por más recientes no menos enmohecidas, de hace 30 años. Ciertamente cada cual vive su historia, se aferra a sus personales nostalgias y fobias, busca el hogar donde se sintió seguro con los suyos. Y mientras tanto, el mundo avanza, el cristianismo es tan combatido como antes, más si cabe, y allá en Roma un lúcido viejito sucesor de Pedro sigue exhortando a crecer en la gracia y en el conocimiento de Cristo.
50 años del Concilio. Recuerdo, en mis tiempos de estudios teológicos, la afirmación de algún profesor en el sentido de que la aplicación de los concilios siempre requirió de un largo tiempo. Más o menos en aquellas fechas, en 1985, en su Portrait de Marthe Rodin, Jean Guitton, en cambio, escribía: "Quoique le dernier Concile soit récent, Gaudium et Spes, ce message de joie et d'espérance terrestres a beaucoup vieilli". Porque el avance de la historia y sus cambios en las últimas décadas no tienen comparación posible con épocas anteriores. Guitton estaba convencido de que el siglo XXI sería el de la nueva evangelización (así lo manifestaba en una entrevista a La Stampa en 1992; una traducción castellana, aunque poco exacta, aquí).
Lo que se exige a la Iglesia en el 2011 no es en lo esencial diferente de lo que decía la Humanae Salutis en 1961: "que infunda en las venas de la humanidad actual la virtud perenne, vital y divina del evangelio". De esto no nos está permitido pasar página, porque tal es la página actual, la de hoy, la de siempre.
2 comentarios:
Justo mañana día de Navidad se cumplen los 50 años de publicación de la "Humanae Salutis".
Comparto el análisis sobre ultracatólicos preconciliares y ultraheterodoxos enrocados. Pero me preocupan más los primeros ya que los segundos deberán esperar al Concilio Vaticano III o a la imprevisible evolución de los tiempos para ver si les resultan más favorables que los actuales.
Y si una cosa admiro de Benito XVI, es que se la juegue precisamente buscando la vuelta al redil de los lefebristas preconciliares. Eso es como jugar con fuego, y dudo mucho que eso se arregle sólo con arreglos litúrgicos respecto a poder celebrar la Eucaristía en su formato tradicional. Para mí que las divergencias son mucho más de fondo. No hay que olvidar que Monseñor Lefebvre llegó a considerar a Juan Pablo II como a un Anticristo, y todavía no conozco a ningún ultraheteredoxo enrocado que haya llegado tan lejos.
Pero, en fin. esta sólo es parte de la historia y ahora es el momento sobre todo de desearnos una feliz Navidad.
Bon Nadal para ti y los tuyos, Jordi!
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