
Soy un lector extraño. Empiezo La Vanguardia por la última página, por la Contra de la contraportada. Después Calvin & Hobbes (me gusta comprobar la nueva traducción, a menudo bastante peor, de las antiguas tiras), después Las cartas al director y luego los titulares. Hoy me encontré en la Contra con la Roser Bofill y, por supuesto, tres cuartas partes van de El Ciervo.
El Ciervo fue una ventana abierta durante años. Aquel formato grande, aquellas páginas gruesas en tiempos de la transición y en los primeros ochenta... Fui suscriptor e incluso, en un tiempo de campaña para salvar el trote del animalito, llegué a ser hasta accionista (es un decir, porque quince mil del ala tampoco eran un capitalazo). Después me alejé, porque uno se mueve y vive y, en cambio, El Ciervo desdichadamente se quedó ideológicamente petrificado. Pocas sorpresas en la entrevista de hoy. Pura repetición, una cierta nostalgia. Tuvo su tiempo, que no es éste. Lo mejor que podría haber hecho Bofill (Gomis era menos periclitado, porque tenía talento) es dejar paso hace tiempo. Tal vez gente más joven, más inquieta, menos de su cuerda, hubieran dado un futuro a esta lastrada publicación.
¿Exagero? No lo sé. Pero hay una pregunta reveladora. Revela en esta ocasión a un Amiguet indocumentado, a una Bofill en babia:
Amiguet: -Juan XXIII aún no ha sido beatificado.
Bofill: -¡Ni lo beatificarán!
Quina cagada! Signos de los tiempos, de los que no volverán.