
a) Ese Benedicto tambaleante y con esos ojillos, ¿qué parecería si substituyéramos la cruz por una farola? (¿Lo habrá dibujado el guionista del Gran Wyoming?)
b) Hablando de bebidas, si le añadimos una pajarita, ¿no parece Gaudí un camarero de taberna sirviendo unas Paulaner?
c) ¿Por qué se parece tantísimo la María a Sor Teresa Forcades?
d) Si a ese José le ponemos unas cartucheras cruzadas sobre el pecho, ¿no es el mismísimo Fernando Sancho de los spaghetti western?
e) En cuanto a Jesús, créanme, de verdad de la buena que si le colocamos una pipa curvada en la boca, es el vivo retrato del profesor de filosofía (un pnn) que tuve en el instituto.
Qué tiempos aquellos, cómo no recordar a un lobo cansino que en mi memoria siempre será de aquellos tiempos (¿será esta forma de hablar un síntoma del declive?), aquellos en que su voz sonaba extrañamente más auténtica y desgarrada, menos adornada. Aquí dejo in memoriam su mejor canción (en dos versiones, en dos momentos, nótese la diferencia entre el posterior adorno fiestero de la primera y la intemperie grave, hermosa, dura, de la segunda):