
Perder el oremus suele resultar bastante desagradable. Me ha ocurrido sólo un par de veces, afortunadamente en celebraciones feriales. Por mi edad, todavía conservo cierta capacidad de reacción, así que el problema de encontrar la página adecuada fue resuelto en breves segundos. La ridiculez, la extrañeza de qué-pasa-aquí, la distracción fueron breves e intranscendentes. Peor le sucedió a un compañero cuando, revestido con todos los ornamentos de la misa mayor de Pascua, en mitad de la plegaria eucarística, le sonó impertinentemente el móvil que había olvidado apagar, y menos mal que el tono era el del Tantum ergo...
Viene a cuento de que siguen en sus trece; más aún: malos son los otros. La página multimedia de
sexe joves sigue imperturbable con sus contenidos. Es más, la consellera está orgullosa de ella, porque dice que está avalada por criterios científicos y técnicos. Me pregunto si se da cuenta del material delicado con el que se trabaja. Nunca en el pasado había circulado tanta información y tan insistente sobre lo técnico-científico de la sexualidad o, mejor dicho, lo "mecánico" de ella. Y, sin embargo, nunca antes había tenido la juventud tanta desorientación, tanta confusión, tanto deterioro psicológico. Tal vez la señora consellera debería preguntarse si en ello no tiene un buen grado de influencia el que, bajo la capa de formación o información, subyace una orientación (si no pretendida, sí captada claramente por el destinatario) de todo-vale y no-pasa-nada. La manera en que se aborda la temática en alguno de los contenidos multimedia, señora consellera, no es buena. Claro que igual me estoy buscando un lío por escribir esto. Porque, aquí viene lo grave, la señora consellera declaró en televisión hace unos días ni más ni menos que esto: "El que no puc tolerar és que
pensin que la política nostra es amoral" (= Lo que no puedo tolerar es que piensen que nuestra política es amoral). Ya no se nos pide, fíjense ustedes, que toleremos o respetemos o aguantemos (qué remedio nos queda en el menos malo de los sistemas) lo que el Parlamento legisla, lo que los jueces sentencian o lo que, en este caso, los gobiernos hacen. Se nos pide que suspendamos el juicio moral, que nos adhiramos como meros autómatas receptores, que digamos amén a las nuevas tablas de la ley. Se nos pide que no pensemos.
Hasta donde alcanza mi saber la señora Geli no es ni una guarra, ni una puerca, ni una zorra. Pero desde mi celda una visión benevolente me lleva a pensar que ha perdido el oremus y que, además, no se da cuenta de ello. Si substituyera la benevolencia por la sospecha, me vería obligado a afirmar que de lo que se trata es de suprimir intencionadamente, mediante el descrédito mediático, toda disensión. Y eso nos colocaría, Dios no lo quiera, en la senda oscura de totalitarismo. Así que mejor digamos que a alguien le ha sucedido eso tan molesto, que le puede suceder a cualquiera de cuando en cuando: perder el oremus.