
Pues eso que, saltando de un sitio a otro, he venido a encontrarme con los Motorromeros, una buena gente que se monta sobre dos ruedas y, en lugar de irse juntos a la fiesta de la cerveza o al Carroñeros Festival, cogen la carretera y hala, a un santuario que se van. Bueno, entre compartir carretera y oración, alguna cervecita echarán también, que eso no está reñido con la elevación espiritual (no por casualidad hay cerveza Franziskaner y, más aún, Paulaner). No es mal hobby el disfrutar del motor con prudencia, sentido común y sentido espiritual. Nunca ha sido una de mis aficiones (me gusta ir a cubierto, por eso de las inclemencias del tiempo) y cuando le cuestionaba a mi podólogo motero la incomodidad del artefacto, él siempre terminaba tratando de combatir mis numerosas objeciones con esta frase: "ah, pero cuando estás encima en un día claro, esa sensación de libertad...". Ubi Spiritus Domini, ibi libertas. Será eso. O que Dios puede viajar también en una Harley, no el Dios de Brady y su bestseller, sino el invisible y seguro compañero del himno. Quién sabe, tal vez con el tiempo, esos motorromeros se decidan por una tirada larga y se lleguen a Porcaro (en Bretaña), a visitar a Nuestra Señora de los Moteros. El año pasado la peregrinación (mitad fe y mitad movida, supongo) contó con la presencia de ese inclasificable tipo que es el Padre Guy Gilbert, que gasta en chupas lo que se ahorra de peluquería, quien, al tiempo que daba la bendición a los congregados, les recordó que si superaban la velocidad legal o se saltaban un stop, la bendición les iba a servir de poco. Hay gente pa tó.