
He conocido en mi vida varias personas que tenían una extraña nostalgia de la muerte. Esta nostalgia sólo podía ser expresada confidencialmente y escuchada desde el respeto y la acogida. No hablo de suicidas potenciales. Ninguno de ellos, ninguna de ellas, se hubiera atrevido a quitarse la vida, pero tenían un profundo deseo de morir. Consideraban cerrado su libro, sin nada más que escribir, consideraban todas sus tareas ya cumplidas, sin nada que fuera posible proyectar ilusionadamente. Tal vez todas esas personas padecían alguna dolencia, pero no se trataba de enfermedades necesariamente invalidantes o que implicaran un estado de sufrimiento continuado. Tampoco adolecían de una acumulación de problemas personales de difícil solución. Aunque detrás de estas actitudes afloraba un pesimismo existencial, no se trataba tampoco de un escepticismo nihilista: la mayor parte de ellos/as eran creyentes. Hablo de "nostalgia" porque cuando se referían al más allá, allí donde querían ir ya, sin más demora, lo hacían como si hablaran de un lugar conocido, propio, familiar. Y, aunque no poseían la pulsión del "no puedo más" propia de la desesperación, sí percibían su paso al otro lado como una liberación de un cierto "taedium vitae" arraigado no en el hartazgo del sinsentido, sino en la convicción de haber recorrido ya todo el camino posible, todo el que a ellos les competía hacer. Y, además, repito, afloraba en sus palabras una esperanza aparentemente serena.
En casos así uno se contenta con escuchar pacientemente, porque detrás de la verbalización hay un inconscientemente aplacado deseo de seguir viviendo, que requiere ser encauzado sin prisa y con detenimiento hacia mostrar el valor que uno tiene para los demás, es decir, hasta qué punto queda todavía tarea por hacer si no claramente en favor de uno mismo, al menos en favor de los demás. Si la persona llega a percibir que se la necesita, recibe un cierto alivio y pacta con ella misma que tal vez todavía quede algo por hacer. Ello no significa que la nostalgia no vuelva a presentarse recurrentemente y que no haya que volver a empezar, aunque nunca se empieza ya desde el mismo lugar.
No sé por qué noviembre me conduce a estas reflexiones tan serias en un blog en el que siempre he tratado que no falte cierto sentido del humor. Será por eso que llaman el "mes de los muertos", por la conveniencia de cuando en cuando de recordar que un día también nosotros pasaremos al otro lado y para hacerlo no desde la desvaloración de nuestro presente, pero sí al menos desde la adecuada relativización de cosas a las que a veces otorgamos una importancia excesiva. En fin, avivemos la esperanza de que si un día cruzaremos hacia un "mejor", esa mejoría hay que abordarla sin nostalgias y prepararla desde nuestro hoy cotidiano.
Acabemos con una canción, una de mis preferidas en mi versión preferida, una canción de amor (¿qué canción no lo es?), pero que habla también de cruzar fronteras y de que al otro lado aguarda una felicidad que desde la esperanza empieza ya a saborearse.