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viernes, 29 de marzo de 2013

Pensamientos de PP



La proclividad a la compasión no fue nunca una de mis cualidades. La ley no sabe de compasiones, bastante tiene con tener que habérselas con ese principio débil que es la equidad. Pero ahora tengo a este tipo desconcertante ante mí. Tengo frío y sueño. Mala cosa amanecer con problemas. Mala cosa tener que habitar en esta tierra inculta, en la amargura de esta ciudad lejana, careciendo de una conversación medianamente decente, sin espectáculos que valgan realmente la pena. Y encima tengo que estar entrando y saliendo, cosas de la superstición de estos palurdos, que me veo obligado a respetar pro bono pacis. Estoy cansado, cansado de las diligencias, de las decisiones. Sin embargo, tengo que seguir, interrogo, inquiero. Es la ley, mi tarea. Pero este tipo, como he dicho, me desconcierta, mezcla de manera extraña la arrogancia y la humildad. Ni siquiera protesta su inocencia, no se desespera, no suplica clemencia. Tiene algo de desafiante. Interrogarle me hace sentir como un plebeyo, como un esclavo de las circunstancias, como un mecanismo, un instrumento. No puedo, no quiero pensar en eso. Así que buscaré despreciarlo, al pobre diablo, y después, si consigo convencer a esos bárbaros de fuera, lo mandaré a su casa, con los suyos, que les cuente a ellos domésticamente sus locuras, sus sueños de rey. Me mantendré en mis trece, pondré en juego mis habilidades, mi técnica, mi saber hacer, saldré y acabaré con esto, pero antes le diré algo a este loco (no es más que eso, un loco visionario, no entiendo cómo pueda preocuparles tanto a esos de fuera), por si puede entrar en la única razón existente, le espetaré a bocajarro, por si puede captarlo con sus entendederas perturbadas:
- Y, ¿qué es la verdad?

miércoles, 27 de marzo de 2013

Mi gozo en un pozo


A veces uno se da cuenta que, desde la vida regular, se encuentra menos enterado de lo que pasa en el mundo de lo que cree. Comentaba yo gozoso hace unos días con un sacerdote del arciprestazgo que en los últimos meses en nuestro barrio han cerrado 3 puticlubs de los de toda la vida, o sea de los que llevaban décadas funcionando. Será cosa de la crisis, nos decíamos. Había que alegrarse no sólo porque descendiera el número de los pecados de la carne, sino también porque, digan lo que digan los/as liberales, en tal intercambio económico subyace generalmente una explotación de la mujer.
Santa inocencia. En realidad, resulta que la demanda no ha disminuido, sino que se ha desplazado. Me lo dijo mi descreído amigo J.Q.:
-Han cerrado porque no pueden competir con las peluquerías chinas.
-¿...?
-En los masajes que ofrecen se puede pactar discretamente con la chica, mediante pago de suplemento, un "final feliz".
-¡...!
-No hay que andar costeando innecesarias copas fraudulentas y teóricamente entras ahí para que te alivien la tortícolis, y alguna vez hasta te la alivian de veras, pues algunas tienen buenas manos. Todo son ventajas.
Iluso de mí. Paso casi a diario delante de uno de tales establecimientos. Y es verdad que alguna vez me extrañó ver a señores esperando pacientemente en cómodos sofás y rara vez sentados en los sillones de cortar el pelo. Y yo que atribuía las minifaldas de las chinitas peluqueras a una personal inclinación por el manga o algo parecido, cuando resulta que se trata simplemente de una especie de visual merchandising, rayos y truenos. 

domingo, 24 de marzo de 2013

Vivir en cristiano y en católico

Retomo el blog después de un tiempo de confusión y de sorpresa. Fue para mí, lo confieso, una sorpresa la renuncia del Papa Benedicto. Tal vez un día, dentro de unos años, alguien revelará la verdadera magnitud de las circunstancias que le empujaron a tomar la decisión; ciertamente tiene sus años y los achaques consiguientes, pero uno no deja de sospechar que ha habido también motivaciones en la actualidad inexplicitables. Su combate por la verdad y la belleza de la fe, su esfuerzo en favor de la inteligibilidad y la razonabilidad del vivir en cristiano y católico, no gustaba a quienes desde la soberbia atea cientificista pretendían (y pretenden) presentar a la Iglesia como un rebaño de ignorancia oscurantista, ni tampoco a quienes, carboneros teólogos fideístas no menos soberbios, sueñan con una Iglesia de simplones que compartan su propia perspectiva clamorosamente reduccionista. De mí sé decir que en todo discurso, escrito u homilía de Benedicto XVI he aprendido siempre algo, algo siempre luminoso, provechoso, nuevo. Algo muy distinto de la acostumbrada cantinela de siempre (no por verdadera menos repetitiva) que uno se encuentra, por ejemplo, en los documentos de la Conferencia Episcopal Española.
Luego vino la sorpesa de la elección del sucesor. Un latinoamericano jesuita. Confusión. A bote pronto, la deconfianza sanedrítica de que pudiera salir algo bueno para la Iglesia universal de tal combinación. No soy un papista de entusiasmo fácil, qué quieren que les diga. El primer discurso sonó firmemente cantinelero, más con su compatriota Karcher sonriendo mientras sostenía el micrófono. Después, sea por la mención a los pobres, por detalles antiprotocolarios y por otros motivos que se me escapan, los medios rivalizaban en darle coba. Mala cosa, pensé, cuando hasta El País parece alabarle.
Últimamente las cosas van poniéndose en su sitio. En cuanto el Papa Francisco, en continuidad con su predecesor, ha hablado de la dictadura del relativismo, se acabó la coba. Además, ya van algunas referencias al Maligno (hoy mismo, sin ir más lejos, en la homilía de este Domingo de Ramos). Esperen cuando se refiera al concepto unívoco de matrimonio o a la defensa de la vida desde la concepción. Buscarán entonces, los mismos que ayer le daban la portada de la sonrisa, cargarle con el peso pesado de la cruz. No importa. Lo ha dicho el mismo Papa: la cruz de Cristo, abrazada con amor, no conduce a la tristeza sino a la alegría.

Dominus te in aeternum custodire et protegere dignetur, et christianum atque catholicum vivere faciat... (despedida de una carta de San Paciano a Simproniano).