En verano del montón de libros para leer algún día extraje un ejemplar de la novela Cuarto creciente, luna llena, cuarto menguante, de Noel Clarasó, publicada por José Janés en 1946 y adquirida hace unos meses por 2 € en los Encantes. Me gusta el humor de Clarasó, aunque sea desigual y a veces conlleve un poso débil de amargura. En la novela hay varias remesas de busilismos. El busilismo, según lo define el autor, es "expresión breve y simplificada de una verdad como un templo". He aquí dos ejemplos, para que se hagan ustedes una idea:
"Si tres personas encienden con el mismo fósforo, el más perjudicado es el fósforo."
"Algunos padres dicen que les entristece ver crecer a sus hijos, y no piensan en lo triste que sería ver que sus hijos no crecen".
Leyendo el libro me he dado cuenta de que hasta el humor tiene fecha de caducidad, que aquello que, por ingenioso absurdo, podía provocar en 1946 y quién sabe hasta cuántos siglos antes una sonrisa, hoy, en el 2009, va camino de convertirse en una desgraciada sosería. Vean si no. En un momento determinado el protagonista, Estanislao, lleva a su novia Matilde a la casa familiar, para que conozca a sus padres. Se hacen las presentaciones de rigor y don Baldomero, el padre, que es miope y sordo, quiere soltar una frase solemne que esté a tono con la solemnidad del momento. No se le ocurre más que esto:
"Nuestro hijo nunca ha sido una hija..."
(Rayos y truenos, cómo cambia el mundo)