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jueves, 24 de diciembre de 2009

Libertad sin ira, pero con firmeza

Recomiendo vivamente a quien tenga una mínima fluidez en inglés la lectura del artículo A Demand for Freedom de Joseph Bottum en First Things. Ciertamente el cristianismo en Norteamérica presenta características peculiares, pero tengo para mí que el mar de fondo sobre el que se agita la nave de la libertad religiosa se encrespa merced a los mismos vientos y son los mismos nubarrones los que se ciernen sobre la vida de los creyentes. Bottum indica que la libertad religiosa está en riesgo merced a las fuerzas empeñadas en ridiculizar las creencias cristianas y en desterrar el discurso cristiano del foro público. Señala lúcidamente que el peligro ya no está sólo en constreñirnos al silencio, sino en imponer nuestra cooperación asintiente a la execrable redefinición antropológica en curso. ¿Cosas de América y Spain is different? Sería miope despreciar el problema en estos términos, dejarse llevar por la flema y considerar exageradas estas prevenciones. Cada vez más la libertad está en juego, a ambos lados del Atlántico. Estoy con Bottum en que es un error la reacción pactista y acomodada de un sector dela Iglesia, que parte de la incauta ilusión de hacerse querer y respetar congeniando con el laicismo, amoldándose a sus planteamientos, maquillándose de amabilidad. Piensan que así serán queridos y en último término sólo consiguen ser utilizados. También es un error, a mi juicio, la reacción iracunda de quien, dejándose llevar por una rabia exacerbada, dispara amargas diatribas aquí y allá con escasa solidez intelectual. Ni arrebato ni apocamiento. Lo que necesitamos es una reivindicación vigorosa y serena de la libertad. Sin ira, pero con firmeza.


La Palabra, la que existía en el principio y la que estaba cabe Dios y la que era Dios, se hizo carne y habitó entre nosotros. Christum canamus Principem, natum Maria Vergine!



sábado, 12 de diciembre de 2009

Sábados


Porque la poesía se hizo para el hombre sólo escribo versos en sábado. Se me dirá que tengo todos los días para acudir a las musas y hacerme curar de esta dolencia infame que es la necesidad de escribir, que no se ve el porqué la mano versolari tiene que permanecer en su sequedad paralizada durante cinco días y que correlativamente el día séptimo sobre el papel se ponga a vocear desvergonzadamente en verso. Pero el sábado es el día de la resistencia y de la insistencia, me resisto a la vida prosaica y sus embates, insisto en ser un vate.

También es día sábado el día, reducido casi, ay, a único, de correr. Corro como la presa y como el cazador. Correr como un intento de supervivencia. Cuando corro, huyo de mis fantasmas, del fuego del infierno, de los colmillos afilados de la señorita melancolía. Tal vez se escriba desde el intelecto, pero se corre, en cambio, desde el instinto. Corro para no permitir que me atrape el artificio del teclado, la seducción del tornillo, el reclamo de la silla. Huyo de los días que puedan venir cargados de enfermedad, de achaque, de parálisis. Me resisto. Pero también soy el cazador, voy a por ese momento que se escapa, a por ese lugar del que apoderarme pisando en él, Soy el depredador que busca devorar la vida con furia de guerrero, con rapaz rapidez, ojeador de un sueño esquivo. Tal vez, en lo más hondo, huyo del cazador que soy o voy al acecho de mi propia condición victimal.

Porque no sólo de palabra y carrera vive el hombre, el sábado es también el día de la compra. Como tantos otros carreteros sabatinos, cargo el carrito con el agua de la vida, con la humildad de las patatas, con la acolchada fragilidad del pan de molde, con la blancura semidesnatada. Como tantos otros abrevadores, le doy quince euros de bebida a la furgoneta que engulle litros del líquido más pútrido (sólo le falta el plomo) casi sin inmutarse, sin soltar un eructo.

Y porque si en el principio era la palabra, también al final toca en sábado preparar la predicación del día siguiente. Decía Bouyer –y Merton lo recordaba en su Diario- que el predicador no es un conferenciante, ni un profesor, ni un apologista, sino un heraldo, un instrumento destinado al anuncio de la salvación decretada por Dios para quienes la acepten. Y a veces, cuando uno prepara la predicación del día después, casi sería mejor no recordar esto, porque el riesgo es quedarse enmudecido, que no haya palabras capaces para transmitir la Palabra, percatarse de que es mucho más hacedero y expedito componer un soneto, correr seis millas, colocar en su sitio la bolsa azul del abadejo de Alaska congelado. Así que más vale un sábado más encomendarse al cielo, hacer lo que se pueda y tratar de mantener a raya, al día siguiente, durante los ocho minutos de rigor, a todos esos tipos que tratan de emerger junto al ambón: al profesor, al conferenciante, al aeróbico pedestre, al consumidor de tallarines, tal vez también al blogger.

domingo, 6 de diciembre de 2009

Brújulas y Pandemòniums



De la misma forma que devoro determinados libros antiguos, no suelo adquirir apenas libros nuevos. Prácticamente sólo leo los de regalo. Dos me han regalado últimamente: La brújula interior (de Álex Rovira) y Pandemònium o la dansa del si mateix (de Màrius Sampere, ignoro si ha sido o será traducido al castellano).

Al primero le sobran presentaciones, agradecimientos, citas y posdatas y le sobra contenido. Según se nos dice en la solapa (lo bueno de escribir solapas es que no tienes que firmarlas), se trata de un libro original, sorprendente y por encima de todo distinto. Pues no. De original tiene poco, no encierra ninguna sorpresa y por encima de todo es una pura repetición light de lo que dicen otros mil libros de autoayuda que inundan sin pudor las estanterías de nuestras librerías. Su éxito editorial no se explica sino por la falta de cultura humanística de muchos de nuestros directivos empresariales, de nuestros ejecutivos agresivos y de no pocos cagamandurrias con netbook. La lista de libros recomendados habla por sí misma. Simplemente les menciono las editoriales más repetidas: Kairós, Obelisco, Siruela, Urano, uf. En fin, si usted no tiene un paladar demasiado exigente, léalo mientras espera en el aeropuerto o mientras espera en la consulta del dentista, tal vez le sirva, que a mí me parezca un bodrio no significa que a otras personas no les pueda aportar algo positivo. Si usted es un alumno aventajado del profesor Langdon, pero en cambio confiesa que no pudo acompañar a Guillermo de Baskerville más allá de la hora sexta del primer día, léalo. Si además se encuentra usted a gusto con lo que suene a newage, a autorrealización y a frases de .pps, léalo. Si, en cambio, por ejemplo, es usted creyente, no pierda el tiempo; entre los nuestros, sólo por citar a algunos, tenemos a Anselm Grün, a Henry Nowen y al ya lejano Phil Bosmans. Escriben más adentro y mejor. Mis palabras pueden parecer duras, un tanto soberbias y muy desconsideradas, pero es lo que se merece tanto marketing y tanta recomendación de amiguetes. Y que nadie se autoengañe: la autoterapia no existe.

El segundo son palabras mayores. Que coincidan los dos libros en este post no es más que pura chiripa. Los requerimientos de sistema están a considerable distancia. Compararlos es como comparar una de aquellas cintas de cassette que utilizábamos para el Spectrum plus con un disco duro de hoy. Al lado de la literatura pura y dura del Pandemònium, La brújula interior viene a ser como el prospecto de unos auriculares mal traducido del inglés por un estudiante de Derecho entre clase y clase. Sampere es un poeta y que el ejemplar que poseo me haya sido obsequiado por él con su dedicatoria autógrafa no influye en absoluto para que yo piense, como lo pienso, que es un poeta de raza. Por ello, Pandemònium no es prosaico. Curiosamente, lo más fácil es decir lo que no es aunque parezca serlo. No es un libro nihilista, respeta demasiado al poder sociopolítico. No es un libro demoníaco, entre otras cosas porque el diablo cuando da el callo, no lo hace demasiado explícitamente. Tal vez sea un libro ateo, pero son muchas páginas para aludir a quien-no-es. El autor se me figura en Pandemònium como eso que en catalán llamamos un trapella; yo no me atrevería a traducir la palabra simplemente como trapacero, porque hay en la denominación una posibilidad de travesura sin intencionada malicia que en castellano se pierde. A ver si me explico: hay trapelles con fondo bondadoso y los hay cabrones. Sampere pertenece a la primera clase. Por decirlo de otra manera, el autor hace con el lector como los trileros de las Ramblas, pero sin excesivo interés crematístico. De la misma forma que el incauto apostante señala siempre allí donde no está la bolita, el lector cree acertar el discurso hasta que al final de la frase Sampere, virtuoso del lenguaje, se saca de la manga la concertada palabra que provoca el desconcierto. No pretendo en ningún modo afirmar que el autor es mendaz. Bien al contrario, pues detrás de tantas notas dispersas, de tantos párrafos urdidos, de tanta frase frita aparentemente indigerible, hay un dolor lejano por su origen y auténtico por su actualidad. De ahí que Sampere utilice para cocinar el menú la margarina del sarcasmo como ingrediente de consuelo y como cuajo de desafío. En último término, Pandemònium es más metódico que práctico. La vida va por otro lado, afortunadamente. Qué quieren que les diga, yo no me creo esa pose de enojado desprecio exhibida en la foto de la solapa. Como no me creo lo del “equilibri exacte de la indiferència”. Dejemos la exactitud para aquello que podamos medir. Supongamos el equilibrio, perfectamente admisible, nada sospechoso. Pero la indiferencia...No, Sampere, no ens enredeu, mestre, si hay algo siempre huidizo e inalcanzable, una caza a la que no dar alcance, es precisamente, más en el caso del poeta, del blogger, del escribidor, la indiferencia.